terça-feira, 17 de maio de 2011

OBSERVACIONES SOBRE EL CONCEPTO DE FRONTERA

Mi tarea en esta X Jornada Nacional de Migraciones, con el tema Migración y Frontera, es aportar algunas observaciones sobre el concepto de frontera. Sabemos que palabras expresan conceptos y los conceptos, a su vez, son como semillas. Igual que la semilla en la tierra genera una planta o un árbol, el concepto, en el lenguaje humano, expresa y genera, a la vez, una visión de mundo, una mentalidad, toda una cultura. Voy a subdividir el tema en tres partes distintas y complementares: frontera como un espacio ambiguo, frontera y sus distintas dimensiones y frontera como nuevo lugar teológico.

1. Frontera como espacio ambiguo
Los llamados “complejos fronterizos” se caracterizan, ante todo, como un terreno impreciso, ambiguo, movedizo, donde los límites se vuelven flexibles. Allí se mezclan lenguas, monedas y banderas; se mezclan los rostros, las costumbres y los valores más distintos. Igual que las personas, las identidades también se mezclan y se confunden, se entrelazan y se reconstruyen. Fronteras son, a la vez, espacios libres, confusos, plurales y abiertos, donde se multiplican tanto los encuentros y reencuentros cuanto los desencuentros. Espacios que sirven para el intercambio comercial, el tráfico de drogas, de armas y de seres humanos; el transito diario de mercaderías y personas; la disputa de intereses económicos, pero, al mismo tiempo, sirven igualmente para el desarrollo de nuevas relaciones humanas, aunque rápidas, momentáneas y fugaces.
Se, por una parte la frontera permanece abierta a las novedades más imprevistas, a las supresas de cada hora, a la irrupción de hechos desconocidos; por otra parte en ella se pueden entrelazar nuevos lazos de amistad y de conocimiento, como también abrirse nuevos senderos en el horizonte. En su territorio, por ser espacio diario de sobre vivencia, los conflictos se vuelven más graves y emergentes, pero también se desarrollan nuevos lazos de solidaridad. Así que, en las zonas fronterizas, el conflicto y la solidaridad caminan mano a mano. Frontera es, en general, tierra sin leyes, pero abierta a todos tipos de pactos informales y provisorios; tierra de nadie, pero también tierra abierta a todos.
De acuerdo con Tomás Palau, sociólogo paraguayo, estos “complejos fronterizos” reflejan en Latinoamérica el nuevo dinamismo de las migraciones en el contexto de la economía globalizada. Las migraciones trans-fronterizas constituyen, según él, uno de los rostros más expresivos de un orden mundial crecientemente asimétrico y excluyente. Los desplazamientos humanos de masa, particularmente vivos en las regiones de frontera, son como un termómetro de las relaciones internacionales marcadas por la injusticia y la desigualdad.
Por otro lado, en estas zonas de frontera se crean y se desarrollan nuevas prácticas sociales y nuevas relaciones humanas que, a la larga, engendran la idea de un mundo sin frontera. Es el sueño mudo y oculto en el mismo hecho de migar. Al cruzar y recruzar las fronteras, el migrante abre el horizonte de una utopía en la cual las mismas fronteras se quedan progresivamente borradas. En este sentido, no es exagero hablar de una cultura de la frontera, donde, a la vez, todo es prohibido y todo es posible, donde, simultáneamente, las identidades se abren una al otra, pero también se cierran aún más una contra el otra.
El tema de esta X Jornada Nacional de Migraciones habla de la frontera como un espacio de vida y integración solidaria. Pero no hay que olvidar que la frontera es también espacio de violencia y muerte. Diariamente la vida y la muerte disputan el espacio de la frontera. Tampoco hay que olvidar, por otra parte, que la frontera entre el bien e el mal, entre violencia e paz, entre la vida y la muerte, pasa necesariamente por el interior de nuestros corazones.
Por fin, frontera es espacio de crisis. Crisis, como sabemos, no es solamente terreno fértil en peligros y riesgos, sino también en nuevas potencialidades. Suelo fecundo para la reflexión, permeable a expresiones culturales nuevas y extrañas, igual que a valores siempre recreados. La crisis, sea de orden personal y familiar, sea de carácter institucional o histórico, es tiempo de aprendizaje y de de redefinición. Por una parte, tiempo de dolor y sufrimiento, por otra, tiempo de parto, de reconstrucción de la fe y de la esperanza. En una palabra, tiempo y terreno propicios a la evangelización.

2. Dimensiones de la frontera
Hay que distinguir las diferentes dimensiones de la frontera. Tenemos en primer lugar la frontera geográfica o territorial, donde dos o más países tienen sus límites. Es la región donde termina el territorio de una nación y empieza el de la otra. Esta dimensión de la frontera puede ser un río, un puente, un marco o el mar. Hoy, en l contexto del combate al terrorismo e al narcotráfico, nuevos muros, visibles o invisibles, se irguen entre países vecinos, como por ejemplo México y Estados Unidos, Israel y Palestina, etc. Allí, en la frontera territorial, es donde se localizan los servicios de la inmigración y de la aduana. También los puertos y aeropuertos internacionales pueden considerarse fronteras territoriales. Constituyen los espacios por donde circulan las mercaderías y las personas, generalmente en flujos e reflujos diarios. En Latinoamérica hay numerosas de estas zonas fronterizas, ya sea entre dos países, ya sean fronteras triples. Los ejemplos son bien conocidos.
En segundo lugar, podemos hablar de la frontera política. Esta no tiene que ver tanto con ele territorio o la geografía, sino con la legislación migratoria de los distintos países. Esta dimensión de la frontera está localizada en el Congreso Nacional, en la Cámara de los Deputados, el Senado, en fin, en la capital de cada país. Aquí los inmigrantes están bajo las leyes, la constitución del país donde llegan. El cambio o la manutención de las leyes de migración constituyen, en este caso, la verdadera frontera. Ser o no ser ciudadano, esa es la frontera.
Por fin, la frontera étnico-cultural. Las diferencias entre pueblos y naciones son, no raro, las fronteras más complejas y impermeables. La lengua, la historia, las costumbres, los valores, las identidades generan límites muchas veces intransponibles. En este caso, la frontera está por toda parte donde el inmigrante se encuentra. Las relaciones entre los inmigrantes y la población local puede volverse más o menos fáciles o difíciles de acuerdo con el grado de permeabilidad de las culturas. Los límites se encuentran en el corazón y en el alma del pueblo. Las expresiones culturales de unos confinan con las expresiones culturales de otro.
Muchos migrantes logran cruzar la frontera territorial, pero no la frontera política, quedándose en el país de destino en situación irregular. Hay millones de inmigrantes clandestinos por todo el mundo, en especial en los países ricos, pero también en nuestros países de Latinoamérica. Viven en condiciones extremamente vulnerables a tantas formas de explotación. Desempeñan casi siempre los servicios más sucios y pesados, más peligrosos y baratos. Otros logran cruzar las fronteras territorial y política a la vez, pero no la frontera étnico-cultural. Acaban por formar “guetos” cerrados en medio a la población local, provocando así todo tipo de prejuicios, discriminación y hostilidades de ambas partes. Por desgracia hoy crecen por todas partes los movimientos xenófobos o raciales.
La distinción entre las tres dimensiones de la frontera – territorial, política y étnico-cultural – permite, por una parte, un mejor conocimiento de las distintas tareas y actividades que se pueden desarrollarse en cada una, y, por otra parte, la coordinación, integración y articulación entre ellas. De hecho, los desafíos de uno que trabaja con los inmigrantes en la frontera geográfica y otro que procura incidir sobre la frontera política son muy diferentes. Ambos, por su parte, son diferentes de los desafíos de quiénes intentan superar los obstáculos culturales entre los pueblos. Los tres ámbitos de la frontera tienen, pues, retos y compromisos muy distintos entre ellos, pero siempre correspondientes.
Uno que trabaja en la frontera geográfica tiene que ver con la documentación, el alojamiento, la alimentación, la asistencia personal, laboral y psicológica, la orientación, y tantas otras cosas de naturaleza práctica y concreta. Prevalece allí la asistencia y la acogida inmediata. El migrante hambriento y con frío no puede quedarse en la calle, hay que providenciarle una “patria provisoria”. Otro que trabaja con la frontera política, normalmente en la capital, tiene que buscar asistencia jurídica, colaboración con las autoridades, con los consulados y las embajadas, incidencia en la elaboración y aprobación de las leyes migratorias, y todo eso. El conocimiento de la legislación le es de grande relevancia. El tercero, que trabaja con la frontera étnico-cultural, tiene que abrir espacios para la promoción de las expresiones culturales y religiosas de los distintos pueblos, buscar el intercambio reciproco entre ellos. No se trata tanto del desafío multicultural, sino más bien del desafío intercultural. De hecho, no basta la tolerancia y la convivencia pacifica entre los diferentes, es necesario el confronto y el enriquecimiento mutuo de sus distintos valores.
Lo más importante é darse cuenta que, se bien los desafíos y actividades son distintos entre las diferentes dimensiones de la frontera, las motivaciones y los objetivos son los mismos, es decir, la acogida y la integración de los inmigrantes en su nuevo lugar de destino. Distinguir es una forma de mejor articular las tareas. Conocer las diferentes atribuciones de cada instancia para mejor coordinarlas y integrarlas. Aquél que se encuentra en la frontera geográfica tiene conciencia que pude contar con el respaldo del otro que está en la capital. Los dos, por su parte, pueden contar con aquellos que, actuando en el campo de la cultura, procuran promover encuentros y realizar intercambios entre personas, grupos y pueblos distintos. Una vez más, las tareas son distintas, pero complementares.
Esta reflexión sobre el concepto de frontera nos puede ayudar también a repensar el concepto de democracia. Históricamente la democracia nace y se consolida sobre una base predominantemente étnico-cultural. Es la democracia de un determinado pueblo que tiene su trayectoria histórica, es decir, la democracia entre iguales. Actualmente, en el contexto de las migraciones y del creciente pluralismo cultural y religioso, la democracia se plantea sobre nuevas bases. No tanto sobre la igualdad étnico-cultural y histórica, sino sobre la igualdad de derechos. Es el desafío de plantear la democracia entre desiguales. El fundamento de esta nueva forma de democracia no nace de la homogeneidad de origen histórica o cultural, pero se construye sobre la heterogeneidad de pueblos y culturas distintas. Este tema fue amplia y profundamente debatido por estudiosos como A. Touraine (In Podremos vivir juntos?), J. Habermas (In L’Inclusione della’altro) y G. Gadamer (In Verdad y Metodo).
La democracia entre los diferentes es un desafío bien más difícil. La base ahora no es ni la sangre, ni la cuna, y tampoco la historia, pero el derecho de cada ciudadano. El documento principal nos es el pasaporte o la cartera de identificación, pero el registro de nacimiento. El hecho de haber nacido corresponde al derecho de vivir con dignidad, donde quiere que se encuentre la persona.

3. Frontera como nuevo lugar teológico
Ese fue el tema de mi aporte en el Seminario sobre Teología de las Migraciones, realizado en el ITESP (Instituto Teológico de San Pablo), en el mes de abril de 2006, en la ciudad de San Pablo, Brasil. Allí yo insistía que el espacio de la frontera es un lugar privilegiado para el reflexionar teológico. Frontera es una especie de no lugar, donde circula mucha gente, a veces sin documentos, sin raíces, sin rumbo, si familia, sin patria. Lugar donde la identidad y la seguridad se quedan profundamente cuestionadas; donde la soledad, la anomia y el abandono pueden volverse desesperación. Lugar de personas lesionadas y desfiguradas por los golpes de la migración y del desplazamiento, gente marcada en el cuerpo y en el alma por las heridas y las cicatrices de numerosos y repetidos caminos.
Pero, en términos simbólicos, esta frontera, este no lugar puede volverse el mejor lugar para lanzar las raíces de un nuevo lugar. Uno que pasa por la experiencia dolorosa de la frontera, se vuelve más abierto a los cambios, ya sean de carácter personal y familiar, ya sean de carácter económico, político, social y cultural. Mientras uno que nace en cuna de oro no quiere saber de cambios profundos, los migrantes, al pasar por la crisis de frontera, se vuelven históricamente más receptivos a las novedades. Podemos afirmar que los migrantes, al ponerse en marcha, ponen en marcha la historia. Ponen en marcha la misma Iglesia, como diría Scalabrini: “El mundo camina deprisa y nosotros no podemos quedarnos parados”. Moverse en masa es mover el mundo, las cosas, la misma vida. Migraciones y transformaciones históricas son dos caras de una misma moneda. Las migraciones, en general, preceden o siguen los grandes cambios sociales, son a la vez causa y efecto de esos mismos cambios.
Es en este sentido que el Papa Benedicto XVI, en su mensaje para el Día Mundial del Migrante de 2006, habla de las migraciones como “signo de los tiempos”. El migrante, en el mismo hecho de moverse, constituye una frontera entre, de una parte, un orden mundial marcado por profundas desigualdades sociales y, de otra parte, la necesidad de radicales cambios de naturaleza socio-económica. Migrante es signo de contradicción: se de un lado denuncia las relaciones internacionales excluyentes para millones de personas, de otro lado anuncia la urgencia de establecerse nuevas relaciones entre personas, grupos o países.
No hay que olvidarse, además, que el mismo Jesucristo nació y murió fuera de los muros de la ciudad. “No había lugar para ellos”, dijo Lucas, el evangelista de la niñez de Jesús (Lc 2,7). Vino al mundo a partir de la frontera, de un no lugar, lejos de su casa. Allí, entre los pobres y marginados, entre los mismos animales, empezó por levantar su carpa. Tal vez para nos decir que el Reino de Dios tiene sus raíces más profundas en el terreno ambiguo y marginado de la frontera, como también para nos recordar que los pobres son aquellos que primero entraran en el.
Así que, frontera se vuelve lugar de la revelación de Dios, consecuentemente, lugar privilegiado para la reflexión teológica. Por eso que, desde el punto de vista teológico, para hablar de frontera hay que empezar por borrarlas. La Buena Nueva del Reino de Dios no tiene fronteras. “Era migrante y me acogiste” dijo el Evangelio (Mt 25,35). En el mismo Evangelio de Mateo se constata que “Jesús recorría todas las ciudades y pueblos. Al contemplar aquel gran gentío, Jesús sintió compasión, porque estaban decaídos e desanimados, como ovejas sin pastor” (Mt 9,35-38). Lo mismo se puede decir del episodio de los discípulos de Emaús (Lc 24,1335) o del Buen Samaritano (Lc 10,25-35). En todos estos textos evangélicos, Jesús se encuentra en el camino. Se hace peregrino con los peregrinos, sigue sus pasos, escucha su voz, mira sus rostros, fortalece su fe y esperanza.
El saudoso Juan Pablo II, por su vez, nos recuerda que “para la Iglesia no hay extranjero, somos todos hermanos”. En esta perspectiva, el migrante, por el hecho de moverse, es un profeta del Reino, de un mundo sin fronteras. Verdadero protagonista de nuevos tiempos, artífice de la ciudadanía universal. Podemos invocar las palabras de Scalabrini para poner el punto final de nuestra reflexión: “La migración da al hombre el mundo como patria”.
Pe. Alfredo J. Gonçalves, CS
Santiago de Chile, 10 de noviembre de 2006

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